Ciertos contratiempos que en retrospectiva
resultan mucho menos graves de lo que parecieron en su momento, me alejaron
primero de mi (todavía en pañales) blog. Primero una liberación de la rutina
circular hotelera que de momentos parecía no concretarse; unos malos entendidos
bancarios, que me tomó varias jornadas descifrar casi me dejan prisionero de un
hotel que nunca iba a poder abandonar. En mi cabeza, durante varios días
seguidos, sonó una y otra vez “Hotel California”.
Luego, unos días sin Internet que utilicé para
descansar de ese medio y dediqué a otras cosas, pero que ahora resumo.
Escribir puede muchas veces ser liberador, pero
hay momentos en que también te aprisiona. El fin de semana largo
correspondiente a las celebraciones del nacimiento del Profeta, lo había usado
para terminar trabajos universitarios que me quedaron pendientes de Buenos
Aires; así que no pude dedicarlo a mis ya habituales recorridas que luego
inspiran estas entradas. De ningún modo me iba a privar del cous cous de los
viernes, pero en esencia no logró ser una jornada de paseo, y el descanso fue
ese descanso culpable que uno obtiene al hacer de lado algo más importante que
debería estar haciendo.
Lo bueno es que el lamentable encierro (en el
hotel) me permitió encontrar la inspiración para empezar a encaminar otras
cosas que quería escribir y que no sabía que tenía en mi mente, esperando la
señal para salir. Pero entonces no llegué a terminar lo otro, claro está.
El paso de los días y las actividades, en este
caso culturales, me llevaron a buscar vínculos artísticos entre la Argentina y
Marruecos. Primero fueron los talleres de tango a los cuales estoy asistiendo
fingiendo una destreza innata que en realidad no tengo. Luego apareció la figura
de Roberto Arlt. Sus dos obras “Aguafuertes españolas” y “El criador de
gorilas”, crónicas periodísticas y relatos de ficción respectivamente, abrieron
las puertas de una vinculación en literatura poco conocida, o al menos poco
invocada. Probablemente profundice el trabajo con estas obras, y alguna mención
que se encuentre en su bibliografía y se me esté escapando en este momento. Tal
vez su obra no sea del agrado del lector local. Es entendible, a nadie le gusta
que su país sea retratado como algo exótico. Pero siempre opiné que en materia
cultural un vínculo siempre es un buen inicio, aunque el mismo sólo consista en
un malentendido hecho prosa.
Acá venían una serie de comentarios ingeniosos
sobre las dos obras. Pero no.
Hace unos años, con unos amigos, habíamos
proyectado una revista cultural que nunca se llegó a concretar. En realidad
nunca escribimos ni una sola línea (al menos que yo sepa) y se murió la idea en
charlas de cafés y bares a altas horas de la noche. La sección estrella de
nuestro no-proyecto se llamaba “Por qué nunca leería…”, se trataba de una
sección de crítica literaria destructiva, donde sin piedad debíamos defenestrar
obras literarias de reciente salida que cumplieran un solo requisito sine qua
non: que no las hubiésemos leído.
Ahora no me parece tan divertido como antes, o
puede ser que haya olvidado lo que me había llevado a la conclusión que lo era.
Así que ahora voy a recurrir al argumento de que no sería ético hacer un
análisis de dos obras basado solamente en impresiones muy superficiales.
Entonces quedará como algo pendiente para un futuro cercano y listo.
Sigo acá y la idea de rutina se reacomoda. El
recuerdo anterior me llevó a preguntarme si no estaré desperdiciando las
noches, al no ver y conocer su luna, sus estrellas, como se reflejan en este
lugar. Y sigue haciendo frío.
Porque las noches son frías cuando uno es
nuevo…
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