Después de casi dos años en Marruecos, conocí Fes.
Es cierto que esta vez se dio la oportunidad,
cosa que antes no. Esto se explica porque tengo el defecto que me auto-limito
bastante a la hora de viajar: siempre estoy buscando una razón para hacerlo, la
“excusa”. Pero también es cierto que hasta el momento no había tenido interés
en conocer la ciudad histórica. Principalmente, me desalentaban las charlas con
las personas que me recomendaban ir, las cuales casi siempre se daban de la
siguiente manera:
-
Tenés
que conocer Fes, no puede ser que todavía no hayas ido.
-
¿Qué
es lo más interesante que tiene?
-
Bueno,
para empezar, tiene la medina más grande de todo Mar…
-
FIN
DE LA CONVERSACIÓN
-
¿Eh?
Y así se dio el diálogo numerosas veces, con
alguna modificación mínima.
Pero finalmente tenía que conocer Fes. La
oportunidad se dio, y me sorprendió muy gratamente, refutando todos mis
preconceptos. Por tratarse de un polo de atracción de turismo internacional,
percibí que pudo conservar su autenticidad mucho más que otras ciudades
supuestamente renombradas. La medina,
por ejemplo, que me producía un interés menos que mínimo, resultó algo
inseparable a la vida diaria de la ciudad, en lugar de ser un paseo de compras
estratégicamente ubicado para atraer turistas. Su presencia como centro
inevitable de la ciudad, hace que uno termine ahí, en lugar de “ir a”. Los
artesanos trabajan a la vista, o al menos los vendedores pueden dar una
explicación creíble de la procedencia así como del como el significado o
utilidad del elemento que venden. Aquí, aprender a diferenciar artesanías de
baratijas, es una materia obligatoria es los cursos de supervivencia.
(Lamento desilusionar a los viajeros ávidos de
exotismo, pero sí, también hay mucha baratija dando vueltas en Marruecos; no todas las alfombras vuelan, ni todas las lámparas traen un ifrit adentro).
Fes es una ciudad antigua, con relevancia
histórica, un rico pasado, y una pieza clave en el armado del esquema de poder
del Marruecos actual. Esa es una explicación simple, porque no quisiera ponerme
a buscar definiciones y conceptos que después resultan tomados de Internet, que
no vienen al caso de la anécdota de mi viaje. Las murallas, y restos de torres
del siglo XIV (según me dijeron), son muestra de solidez y perpetuidad, más
cuando contrastan con las antenas de televisión satelital, omnipresentes como
moho en un pan. Las famosas curtiembres, cliché de los programas de televisión
de viajes y turismo, tienen un aspecto “pintoresco” pero no por exóticas (fuera
de contexto, solo recordaríamos el olor insoportable), sino viendo de la manera
en que se integran al paisaje montañoso y urbano. Al mismo tiempo llegarían
(había puesto “luego”, pero se puede hacer todo en simultáneo) los paseos por
las mezquitas y madrasas, y la inolvidable visita un museo de no-se-qué, del
cual siempre recordaré los alaridos del personal hacia las visitas y los 5
dirhams que me reclamaron por ir al baño a lavarme la cara…
Este viaje se basó en percepciones meramente
personales, más que en los anteriores sin duda, así que no voy a poder seguir
enumerando datos enciclopédicos. Con algo de espíritu crítico tengo que decir
algo que pienso sobre Marruecos: encandila con sus “vidrieras” a quien llega
con ánimo de visitar y vivir exotismo, pero cuando uno se afinca y el tiempo
pasa, la percepción empieza a resquebrajarse, y la línea entre lo verdadero y
lo falso se empieza a borrar. De Fes, una ciudad orgullosa de sí misma y su
pasado, voy a guardar un recuerdo grato; porque en una etapa de cuestionamiento
al lugar donde me encuentro, me permitió ver que todavía se está a tiempo para
encontrar cosas nuevas que sorprendan y permitan vivir experiencias reales,
lejos de las puestas en escena para turistas.
Aclaración final: No tengo nada en contra de los turistas. Hasta tengo un amigo turista.