lunes, 11 de junio de 2018

Milán... de a pasos.


Volviendo a la temática de viajes, les cuento que ahora estoy en Milán. En realidad, cuando digo “ahora”, me refiero a que llegué acá hace, mas o menos, dos años y medio. No se los conté. No se me ocurrió hacerlo. Ni se me ocurrió cómo.

¿Qué pasó? Tal vez el haber estado viviendo en “otra” cultura no-occidental, hizo que me sintiera de nuevo en casa, por lo cual no veía nada que me llamase la atención. Pero eso sería caer en un simplismo, algo que saben no me gusta.


   
Me tomó algo de tiempo identificar y explicar mis propias impresiones iniciales. Primero, vi una ciudad que pareciera reconstruida a las apuradas y sin muchas pretensiones (además de que ciertos edificios los noté similares a la arquitectura latinoamericana de los ’60), pero que recientemente se está modernizando, expandiendo este trabajo a los barrios que habían quedado rezagados hasta hace muy poco. Luego, viniendo de donde vengo, la empecé a sentir pequeña; y esto se hace muy evidente cuando tienen éxito (envidiable) todas las actividades que se quieren hacer. Y lo que me sorprendía de entrada: la ausencia de milaneses. No encontraba; en contraposición veía una ciudad cosmopolita donde todos eran extranjeros, o italianos de todos los rincones del país. Como esas típicas ciudades-corazón de los países, las cuales todo el país odia, pero todos se desviven por conocer primero y habitar después.

Ahí fui empezando a entender que ahora vivía en una ciudad de gps, mapas en internet, gente consultando mapas, y circulando con valijas a toda hora en el transporte público. Y parándote por la calle para preguntarte direcciones. Todo el tiempo… Actividades concretas aparte, todos se unen al ritmo de vida milanés (aunque sin despegarse de sus valijas, bolsos y mochilas), el paseo en el centro, las compras, los experimentos en la moda, y finalmente, la cultura del aperitivo, un after office aunque mucho más sustancioso y eje de la vida social post-30.          



 En un contexto diferente, y queriendo decir otra cosa, un italiano me señaló algo que ya hice propio: que el argentino tiene en su mente la idea de un italiano que ya no existe. En mi caso particular, quizás tenía la visión del italiano que ya vive y se adaptó a otras sociedades, como el mundo árabe, el África Subsahariana y Asia. Pero otra de las cosas que me llamaron la atención fue la persistencia de una mentalidad fuertemente tradicionalista en los italianos. Incluyendo lo que podría llamarse “nuevas tradiciones”, arriesgándome a sonar auto-contradictorio (por eso me pareció tan importante lo del aperitivo).

Adivinen que me empecé a encontrar ahí: milaneses. Así como empecé a encontrar lugares de mi agrado y, fundamentalmente, actividades de interés en éstos.  Lo que se sabe que me gusta… 



De a poco fui entendiendo la lógica en esta ciudad tan ambivalente; una ciudad cubierta en capas, que se van removiendo una tras otras, en diferentes niveles, para ir desentrañando secretos. Secretos, mitos, historias, leyendas típicas de una ciudad en donde fue pasando todo el mundo cercano; también en capas. El dónde se encuentran las cosas, donde buscarlas y quién tiene esas llaves, es una tarea que no lleva poco tiempo, pero desafiante para quienes nos gustó siempre el juego de romper apariencias.  Y un lugar ideal para quienes priorizamos la actitud a la belleza.