sábado, 28 de febrero de 2015

Recuerdos de algo



El primer contacto con Agadir fue el viaje en taxi del aeropuerto a la ciudad, una cantidad de kilómetros que no recuerdo, pero que en ese momento me pareció mucha. El paisaje campesino se entremezclaba con signos de modernidad, como antenas y autos de alta gama, de la misma manera que el aire desértico se mezclaba con viento de mar y montañas.

Al llegar a la ciudad y empezar a recorrerla, algo me fue generando una sensación de deja-vu, o mas bien, esa extraña familiaridad cuando uno cree recordar un lugar en el cual nunca antes se estuvo. Pero ya me volví, irremediablemente, un tipo que asocia los paisajes playeros a momentos felices vividos, así que esa es una primera explicación. Un segundo intento de explicación es la semi-modernidad de la ciudad que de alguna manera me impactó. Uso esta manera de describirla porque a principios de los años ’60 un trágico terremoto destruyó la casi totalidad de la ciudad, que debió ser reconstruida prácticamente de cero. Y ahí parece haber quedado, de aspecto bonito y despreocupado, la gran parte de la ciudad luce la arquitectura playera de los ’60 y ’70, esa que de alguna manera nos parece familiar, aunque no sepamos explicar el por qué.

Otra parte la ciudad, en cambio, es lo que se denomina la Marina. Un desfile de ostentación y lujo, donde el valor de las personas parece estar medido en el precio de su auto o yate. La imitación de paisajes lujosos playeros europeos, se entremezcla con la riqueza que lucen los árabes del Golfo en una lógica donde las jerarquías se manifiestan en todo y se hacen verdaderamente valer, bajo una montaña omnipresente que día y noche se asegura de recordarnos a todos (propios y ajenos - ricos y pobres) el lema nacional marroquí. 



Pero algo destacable, en todos los sectores de la ciudad, es la hospitalidad y cordialidad de la gente. Tangible y verdadera, a diferencia de los slogans turísticos de otros lugares, donde estos conceptos no pasan de ser eso…

Codiciada en ciertos momentos por muchos, entre los que se destacan portugueses, holandeses y alemanes, estos últimos parecen ser los que predominan. Si bien no se llega al punto de Marrakech (¿Cuánto falta para que Merkel la reclame?), el alemán parece ser el idioma extranjero predominante en cuanto a su presencia escrita en carteles de comercios y otros edificios. Pero parece más repartido con la presencia de franceses, italianos, españoles y (volviendo al tema de la escritura) de la lengua rusa.








Orgullosa de decirse la capital de la pesca marroquí, ofrece una buena cantidad y variedad de restaurantes y lugares para poder salir a comer, hábito que todavía no termina de arraigarse en este país. Paisajes bonitos y queribles, pero nada sorprendentes que podrían hacer calificar a Agadir como una ciudad totalmente predecible.
Un tanto aletargada, para descansar en un ambiente de hospitalidad, a menos que uno salga por la noche buscando deliberadamente los sabidos sobresaltos.