El primer contacto con Agadir fue el viaje en
taxi del aeropuerto a la ciudad, una cantidad de kilómetros que no recuerdo,
pero que en ese momento me pareció mucha. El paisaje campesino se entremezclaba
con signos de modernidad, como antenas y autos de alta gama, de la misma manera
que el aire desértico se mezclaba con viento de mar y montañas.
Al llegar a la ciudad y empezar a recorrerla,
algo me fue generando una sensación de deja-vu, o mas bien, esa extraña
familiaridad cuando uno cree recordar un lugar en el cual nunca antes se
estuvo. Pero ya me volví, irremediablemente, un tipo que asocia los paisajes
playeros a momentos felices vividos, así que esa es una primera explicación. Un
segundo intento de explicación es la semi-modernidad de la ciudad que de alguna
manera me impactó. Uso esta manera de describirla porque a principios de los
años ’60 un trágico terremoto destruyó la casi totalidad de la ciudad, que
debió ser reconstruida prácticamente de cero. Y ahí parece haber quedado, de aspecto
bonito y despreocupado, la gran parte de la ciudad luce la arquitectura playera
de los ’60 y ’70, esa que de alguna manera nos parece familiar, aunque no
sepamos explicar el por qué.
Otra parte la ciudad, en cambio, es lo que se
denomina la Marina. Un desfile de ostentación y lujo, donde el valor de las
personas parece estar medido en el precio de su auto o yate. La imitación de
paisajes lujosos playeros europeos, se entremezcla con la riqueza que lucen los
árabes del Golfo en una lógica donde las jerarquías se manifiestan en todo y se
hacen verdaderamente valer, bajo una montaña omnipresente que día y noche se
asegura de recordarnos a todos (propios y ajenos - ricos y pobres) el lema
nacional marroquí.
Pero algo destacable, en todos los sectores de
la ciudad, es la hospitalidad y cordialidad de la gente. Tangible y verdadera,
a diferencia de los slogans turísticos de otros lugares, donde estos conceptos
no pasan de ser eso…
Codiciada en ciertos momentos por muchos, entre
los que se destacan portugueses, holandeses y alemanes, estos últimos parecen
ser los que predominan. Si bien no se llega al punto de Marrakech (¿Cuánto
falta para que Merkel la reclame?), el alemán parece ser el idioma extranjero
predominante en cuanto a su presencia escrita en carteles de comercios y otros
edificios. Pero parece más repartido con la presencia de franceses, italianos,
españoles y (volviendo al tema de la escritura) de la lengua rusa.
Orgullosa de decirse la capital de la pesca
marroquí, ofrece una buena cantidad y variedad de restaurantes y lugares para
poder salir a comer, hábito que todavía no termina de arraigarse en este país.
Paisajes bonitos y queribles, pero nada sorprendentes que podrían hacer
calificar a Agadir como una ciudad totalmente predecible.
Un tanto aletargada, para descansar en un
ambiente de hospitalidad, a menos que uno salga por la noche buscando
deliberadamente los sabidos sobresaltos.