jueves, 23 de mayo de 2013

De portones azules en las montañas...



Si cada ciudad marroquí va a ser identificada con un color, entonces sin duda el color que le corresponde a Chefchaouen es el azul.

En estos días hice mi segundo viaje a la región del Rif. La primera vez que había ido resultó ser un día nublado, neblinoso e inusualmente frío que no dejó ninguna anécdota memorable. La segunda vez volvió a ser un día nublado, neblinoso y frío, aunque me permití recorrer un poco más. Me insisten con que es inusual; en una ciudad donde la temperatura en verano supuestamente supera los 40°, es raro todavía en primavera seguir teniendo estos días claramente invernales. 



En esa zona uno siente haber cruzado una línea imaginaria donde comienza a hacerse cada vez más fuerte la influencia española. Justamente, es común pasar por localidades en la ruta donde se empiezan a ver carteles en castellano. Aquí la influencia no es tan notoria como en ciudades vecinas, salvo algún cartel en edificios públicos y la gran cantidad de turistas españoles que recorren sus calles con su inconfundible acento. Pero igualmente se siente.

Si el color que define a la ciudad es, como ya dijimos, el azul; el objeto que la caracteriza son las puertas.

Desde la puerta solitaria en la entrada de la ciudad, que le da un carácter onírico a la llegada, hasta las diferentes puertas azules en los lugares visibles de la ciudad. Todas similares entre sí, orgullosas de su “azulidad” dentro de sus correspondientes arcos, pero al mismo tiempo compitiendo por ganar su singularidad y obtener algún retoque o marca (tal vez imperceptible para la mayoría) que la haga destacar sobre las demás. También los grandes portones tienen su protagonismo: todos tienen su nombre y son los puntos de referencia obligados. Además de sus historias… Y tampoco olvidar los portales. Las tres categorías se combinan con calles angostas de piedra y escaleras empinadas, como piezas de un juego de ladrillitos para chicos que se fueron ubicando hasta generar esa forma ya imposible de desarmar.



Es un punto turístico muy visitado, pero para una estadía corta. Las montañas que permiten ver la ciudad desde distintos ángulos, la Medina, mucho más tranquila que la de otras ciudades. Se nota un impulso tendiente, a convertirla en punto de eventos culturales y festivales internacionales de diversas artes lo cual espero que se logre, porque sería un entorno ameno y amigable.

Pero la ciudad es pequeña, sin dudas, desde un buen mirador, se la puede ver en su totalidad. También me habían señalado que, a diferencia de otros puntos turísticos, es una ciudad “muy religiosa”. Tal vez sea una percepción muy personal de quien me lo dijo. Pero es cierto que vi que los lugares que venden bebidas alcohólicas lo hacen a precios realmente prohibitivos, lo que acá es siempre una pauta a tener en cuenta.  Aquí sucedió un hecho puntual: a las cuatro de la mañana fui despertado por el llamado de los muezzin a la oración. Lo digo en plural, porque eran varios llamados en simultáneo que dado lo pequeña de la ciudad, se convirtió en algo similar al canto de un coro. Fue llamativo porque desde que recorro países musulmanes no me había pasado nunca ni el ser despertado de esa manera, ni sentirme impactado por eso. No se si era el viaje largo y el consiguiente mal sueño, o que estaba predispuesto por lo que me habían dicho, o que la ciudad generó un efecto espiritual en mí.

Esto no es frecuente, así que los pondré al tanto si eso me sigue pasando…